El técnico decide cambiarse de banco, algo que ya hicieron Arconada y Lillo, y el filial vuelve a caer en el Mediterráneo
REDACCIÓN | DIARIO DE ALMERÍA
Miguel Rivera no sabía la decisión que había tomado. Al malagueño le habían comentado que el Almería B era un equipo combativo y aguerrido fuera de casa, pero se volvía blando y bisoño en casa. Por supersticiones y manías de los entrenadores, Rivera decidió cambiar de banquillo en el Mediterráneo a ver si así la Diosa Fortuna se equivocaba y le tocaba con su varita mágica a los rojiblancos.
Pero ni por ésas. El filial, como ha hecho ya en siete ocasiones esta temporada, volvió a perder como local. Justo antes de que empezara el partido, cuando los suplentes y el cuerpo técnico habían colocado ya sus pertenencias en el banquillo que tradicionalmente ocupa el equipo visitante, Rivera se enteró de un dato que no le hizo gracia: Arconada y Lillo tomaron esa misma decisión con el primer equipo en Primera y ninguno de los dos se comió el turrón en su año.
La victoria de la pasada semana ante el Atlético Sanluqueño había despertado la ilusión en el filial. Todo el mundo pensaba que el Granada B era el rival idóneo para seguir tomando carrerilla en la rampa de despegue. De hecho, el comienzo del encuentro fue inmejorable. Los rojiblancos salieron con mucha garra, con una intensidad no mostrada hasta el momento y eso iba a desembocar en el primer tanto. Buena jugada por la derecha de Nico Varela, de los más destacados de los locales, centro que Dimitri despeja con muchas dificultades y Cristóbal llega desde atrás para empujar a portería.
La cosa pintaba bien. El equipo tenía otra cara y los fichajes de invierno parecían haberle cambiado la cara a un conjunto que se estaba desangrando por sus propios errores. De hecho, Rivera ha sacado la guadaña en las dos jornadas que lleva en el Almería B y ha dejado en la suplencia a titulares por decreto. Sin embargo, el primer traspiés se convierte en un muro infranqueable para un equipo que le ve los cuernos al toro al primer rechace fallado. Sin hacer nada de otro mundo, el filial granadino iba a igualar la balanza por medio de un almeriense. El benaducense Antonio Puertas, un extremo criado en Los Molinos, Poli Ejido y en la propia cantera de la Unión Deportiva Almería, logró un golazo de auténtico maestro. Recogió el balón en la frontal, levantó la cabeza, cargó la pierta y le quitó las telarañas a la meta de Víctor Ibáñez. Un señor gol al que aplaudir y por el que tirarse de los pelos, ya que el jugador se le ha escapado al Almería cuando lo tenía en sus filas hace unos años.
El 1-1 hizo daño. Hizo daño porque era inmerecido. Hizo tanto daño que el equipo salió más dubitativo que en la primera parte y eso lo iba a aprovechar un rival al que le está yendo todo sobre ruedas y saca petróleo de cualquier terruño baldío. En esos minutos de nadie, en la que dos conjuntos están más pendientes de no encajar que de mostrar defensivamente, una jugada granadina sin aparente peligro llega a los pies de Puertas que convierte un balón cualquiera en una asistencia inmejorable. Martin, en una posición desde la que luego se iban a hinchar a fallar los arietes rojiblancos, batió a un Víctor desesperado por no tener opción en ninguno de los dos tantos. Era el minuto 60 y todo se truncaba, la sensación de ser el mismo equipo inseguro de siempre aparecía en el horizonte.
A diferencia de jornadas anteriores, el equipo tuvo reacción. Si hasta ahora había sido el partido de Puertas, de ahí hasta el final el meta granadino iba a ganarse la cena. También es cierto que se lo debe a la poca fe de Hicham y Borja. El Almería B encerró al Granada B en su propia área y dispuso de tres ocasiones clarísimas para haberle dado la vuelta al partido. Primero Hicham, solo ante el meta, hace una vaselina tan corta que Lozano despeja tras botar el balón dos veces antes de llegar a portería; después Borja solo en el segundo palo y con Dimitri batido, chuta al muñeco con toda la portería para él; ya en el 90', en la única en la que Hicham consigue batir al portero visitante, el línier levanta el banderín por fuera de juego; y cuando las manecillas del reloj avanzaban hasta el último segundo, el propio marroquí le gana la cartera a Lozano, encara solo a Dimitri, pero la portería vuelve a hacérsele pequeña. Más que el banquillo, habría que cambiar la portería por una de rugby.
Rivera vuelve a un banquillo con gafe
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