Alfonso García vivió tras el empate ante el Villarreal B el primer conato de crítica a su gestión por parte de una afición hasta entonces fiel a sus dictados
PACO GREGORIO / DIARIO DE ALMERÍA
No hubo pañolada ni abucheos, ni mucho menos, pero Alfonso García vivió tras el empate ante el Villarreal B el primer conato serio de crítica a su gestión por parte de la afición desde que se hiciera con las riendas del club allá por 2003. Cuando Arcediano Monescillo pitó el final del encuentro, un grupo de seguidores de la zona de tribuna, justo debajo del palco de autoridades, se giró hacia la posición que ocupaba el presidente y le hizo ver su disconformidad con el devenir del equipo. Alfonso García, contrariado, se encaró con alguno de ellos y abandonó el campo con gesto taciturno.
Poco acostumbrado a que le lleven la contraria, el máximo mandatario unionista no encajó bien las muestras de disidencia por parte de unos seguidores que pagan y empiezan a no comulgar con las decisiones del dueño de la entidad. Con la inopinada y sorpresiva destitución de Lucas Alcaraz, el empresario murciano ha conseguido lo que pocos podían imaginarse, que sus propios abonados, reticentes en su día a la contratación del granadino, lo echen ahora en falta.
Otro problema no menos grave en la gestión de la crisis deportiva que atraviesa el equipo es que la transición en el banquillo se haya producido de una forma tan traumática para el plantel, la afición y el propio nuevo técnico, que aceptó hacerse cargo de un conjunto metido en zona de play off y que en el primer partido con Vigo al frente salía de dicha zona de privilegio.
Pero los pecados del presidente, los que empiezan a pasarle factura, no son nuevos, sino que se retrotraen al comienzo de la temporada cuando se intentó el fichaje de un entrenador sin la licencia necesaria (Zubeldía), para dar luego un bandazo contratando un perfil totalmente contrario como era el de Lucas Alcaraz.
El nazarí, con un plantel pésimamente planificado (Crusat se marchó a una semana del inicio del campeonato), logró evitar el temido 'efecto Tenerife'; es decir, que un recién descendido entre en barrena a las primeras de cambio en su retorno a Segunda. No solo eso, sino que lo mantuvo 28 jornadas en puestos de play off de ascenso.
Sabiendo que la disponibilidad de efectivos era limitada y recurriendo al cuento de tirar de un filial aún verde para tales menesteres, el presidente se negó a reforzar el equipo en el mercado invernal, cuando parecía palpable que con dos o tres retoques de nivel el ascenso estaría más cercano. Por contra, dejó salir al casi inédito Omar y solo trajo a Juanma Ortiz.
Luego la historia ya se sabe, a tenor de gran parte de la masa social falló en los tiempos al prescindir de Alcaraz, y la consecuencia lógica es que su propia afición comienza a cuestionar su dirección, pues Esteban Vigo tampoco puede hacer milagros en dos jornadas y el equipo ha pasado de encajar muchos goles a no recibir tantos pero tampoco convertirlos.
En estas situaciones suelen aparecer rumores de venta, y en más de una ocasión Alfonso García se lo ha planteado, pero no hay que olvidar que aún quedan nueve jornadas por delante y la meta sigue cercana. El presidente confía en que su apuesta no le salga rana.
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