JESÚS NOGUERA / ALMERÍA | ACTUALIZADO 20.08.2016 - 09:37
Después de 85 días de letargo, el fútbol volvió al Estadio de los Juegos Mediterráneos. Y qué manera de regresar. No parecía que hubiesen pasado tres meses desde que el equipo consiguió la salvación en Córdoba. La película era nueva, pero el guión fue idéntico. Los almerienses exhibieron la falta de un creador de juego, solo Pozo cambia los esquemas cuando el balón pasa por su poder, y eso tiene una incidencia mortífera en el devenir de los choques. Ante eso, el equipo ataca por abrasión. Ayer, corrió con la mala fortuna de perdonar las ocasiones que tuvo. En este contexto, el Cádiz jugó a lo que mejor sabe y volvió a correr buena suerte. Aunque la UD Almería se repuso con asombroso carácter del gol de Ortuño, no tuvo la capacidad de aprovechar dos espléndidas oportunidades sobre la bocina. Eso y que Cifuentes hizo dos paradas inapelables.
Lanzó un aviso a navegantes Fernando Soriano mediada la pretemporada en el que atisbaba lo que sería la UD Almería en los próximos diez meses. Unas palabras que pocos debían haber dejado pasar por alto, porque de lo contrario ayer se verían netamente sorprendidos. Aunque ya saben, no hay más ciego que el que no quiere ver. Venía a decir el técnico maño que su equipo no jugaría como el Barça de los Iniesta, Messi y compañía, y visto lo de anoche poco se equivocó. Este equipo posee una necesidad imperiosa de un mediocentro creador, la comisión deportiva aún tiene margen para corregir un defecto mayúsculo, y eso se tradujo sobre el maltrecho césped del Juegos Mediterráneo. Los rojiblancos llevaban la voz cantante de esta particular partida de ajedrez, aunque su dominio era estéril. Poco tuvo que emplearse Cifuentes en los primeros cuarenta y cinco minutos. Tenía la pelota en campo contrario, aunque la falta de mordiente en área rival permitía que el marcador no se moviese.
Mientras tanto, los de Álvaro Cervera andaban agazapados en terreno propio esperando un hecho que cambiase las tornas del choque. Y llegó. En el ecuador de la primera mitad Dubarbier se tuvo que retirar lesionado y el cambio de Ximo Navarro a la izquierda liberó a Álvaro García. El pequeño extremo comenzó a desbordar a Iago Díaz, que entró sin tiempo para calentar, y el Cádiz encontró en ese carril un escape de agua. Ante el descubierto, los gaditanos explotaron esa mina y a punto estuvieron de sacar provecho. Salvi primero y Ortuño segundo marraron dos ocasiones que eran claras de gol.
En los vestuarios el Almería no ganó en efectividad, pero sí en coraje. Sin un patrón definido de juegos, la premura del reloj obligó al equipo local a tomar más riesgos. Una valentía que era premiada, con merecida justicia, con jugosas ocasiones. Algunas de ellas, como una de Ramón Azeez que besó el larguero, tenían cierto peligro. Los amarillos, bendecidos con las tablas, se armaban de paciencia esperaban una casualidad. Una moneda al aire, que ya les sirviera para ascender, que salió cara para desgracia rojiblanca. A media hora para el final un rechace de un tiro de Salvi, que dio en el palo, cayó a los pies del delantero Ortuño que poco más que empujar tuvo.
Ni este golpe a la línea de flotación permitió que el barco se hundiera. A base de casta la UD Almería encontró el premio donde menos lo esperaba. Un despeje de Carpio a la salida de un córner lo hacía bueno Azeez con un disparo, con su pierna menos buena, que entraba sin que Cifuentes pudiese poner oposición. Restaban veinte valiosos minutos para intentar reconducir el desaguisado. El tanto relajó a los de Soriano que a punto estuvieron de pagarlo caro. Arias López invalidó un gol de Álvaro García tres un dudoso fuera de juego. Ante este panorama, el preparador movió ficha y dio entrada a una cara nueva para la afición, Diamanka. El aire fresco del senegalés dio un nuevo impulso a su equipo que a cinco minutos de sendas ocasiones imperdonables. Cifuentes, desaparecido hasta el momento, salvó dos goles cantados a remates de Chuli y Quique González. Pese a las últimas intentonas, el marcador vislumbró unas tablas finales. Amargas para rojiblancos y jugosas para amarillos. El primer capítulo ya está completo, aunque con agridulce recuerdo. Por delante, una maratón de largo aliento que contiene cuarenta y un capítulos más. Que sea un bonito libro.
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