Experiencia. De los miles de médicos en España que se dedican a la Medicina Deportiva, sólo 20 son responsables de un equipo de la máxima categoría y yo he sido uno de los privilegiados
Antonio Rios Luna / Diario de Almería
En la imagen, un servidor con uno de los responsables del área médica del Real Madrid, en el partido de Liga en el Estadio de los Juegos Mediterráneos.
Aún recuerdo aquella tarde del mes de julio cuando sonó el teléfono. Al otro lado, Francisco Rodríguez Vílchez, flamante técnico de la Unión Deportiva Almería, equipo recién ascendido que buscaba tener un sitio en la élite, en la mejor liga del mundo, jugador por jugador. El proyecto era ilusionante, ser el responsable médico de una plantilla profesional con todo lo que conlleva: control de alimentación, suplementación, coordinación con el preparador físico y los fisioterapeutas. El sí fue inmediato. No conocía a Francisco personalmente, pero era como si ya lo hiciera de toda la vida. Los kilómetros compartidos en mis entrenos, preparando la Maratón de Nueva York con Sergio Pardo, preparador físico en el filial, me habían puesto en antecedentes. Así que no era una persona desconocida para mí.
Recuerdo perfectamente el día que conocí a la plantilla. Me resultó impactante departir con esos jugadores que uno ve en el periódico, escucha en la radio o admira en la televisión. Los Esteban, Soriano, Corona, Aleix Vidal o Pelle, entre otros, se ponían en mis manos para esa travesía. La primera impresión fue inmejorable; personas muy cercanas, asequibles, normales. Siempre se puede pensar que podría haber cierto endiosamiento, pero nada más lejos de la realidad. También conocí al resto del organigrama, Bernardo, Mari y Juanillo a cargo de la intendencia y material, Ángel Férez, Pepe Morales y Javi Reyes, éste último de preparador físico también; Jaime el segundo entrenador y Jorge Díaz, delegado, fueron los que completaron la tropa. En la parcela médica, me complementaba el Dr. Pablo Berenguel y como fisios, Fran Simón y Pedro Serrano, muy experimentados en estas labores.
Después de una pretemporada plagada de ampollas, sudor y litros de bebida isotónica, nos plantamos, como el que no quiere la cosa, en la primera jornada de liga. Las crónicas eran unánimes, buen juego y desparpajo, pero mala suerte. Esto se repitió durante los siguientes duelos. El sistema era valiente, proponía cosas y el juego era vistoso, pero siempre nos marcaban en los minutos finales. La ilusión de los primeros partidos, se tornaba en angustia, en inseguridad. Nuestro trabajo consistía en recuperar a los jugadores físicamente y ayudar al cuerpo técnico en trabajo anímico y motivacional. Los resultados no llegaron con claridad hasta que Torsiglieri marcó de cabeza en Mestalla. Todo cambió, incluida la suerte. Prácticamente toda la temporada hemos estado en el alambre, coqueteando con el descenso, hecho que quizás nos hizo más fuertes de cara al esprint final de liga, donde, ni siquiera el Barca, Real Madrid o el campeón pudieron igualar nuestros números.
Este año ha sido un máster para mí. He aprendido el trabajo y la rutina de un equipo profesional, todo lo relacionado con dopaje y legislación al respecto y mejorado mis conocimientos de nutrición deportiva y suplementación. Y también he aprendido a sufrir. Por suerte o por desgracia, me implico mucho en todos los proyectos en los que me embarco, y eso ha hecho que haya viva con increíble intensidad la aventura de esta temporada. Las taquicardias que he padecido en el banquillo son dignas de un libro de Cardiología. En ocasiones incluso ese nerviosismo estuvo a punto de costarme un disgusto con algún cuarto árbitro poco permisivo.
La experiencia ha sido exultante. De los miles de médicos en España que se dedican a la Medicina Deportiva, sólo 20 son responsables de un equipo de primera división, y yo he sido uno de los elegidos.
Uno también tiene sus manías; siempre me gustaba salir el último al campo, y volver el último. Eso me permitía observar y saborear todo lo que se cuece en un túnel de vestuarios, los ánimos de los jugadores, sus códigos, sus gestos, sus palabras. Poder contemplar a los Messi, CR7 o Diego Costa, estar sentado en el banquillo del Bernabéu, del Nuevo San Mamés o del Nou Camp, te deja sin palabras.
Sin embargo, lo que más me ha gustado es haber podido conocer a un equipo humano fabuloso. Con Francisco he compartido muchos ratos, la mayoría buenos y otros menos buenos y también muchos abrazos. Es una persona de un gran corazón que vive con mucha intensidad todo lo que hace y eso se refleja en sus charlas antes de los partidos cuando sus arengas ahogaban la incertidumbre o indecisión y buscaban despertar ese punto de motivación que pudiera marcar la diferencia con el otro equipo. Ha sabido sufrir cuando los resultados no llegaban y las dudas apuntaban como un pelotón de fusilamiento, listo para disparar. Ha dado una lección de humildad, de preparación y de arrojo.
Con todos los jugadores he tenido una relación inmejorable. Tengo que darles las gracias por hacer fácil mi trabajo. En mayor o menor medida, todos han pasado por sala médica y hemos convivido con la frustración que supone estar lesionado, intentando gestionar la ansiedad del no poder jugar y apoyando en los peores momentos para un futbolista. La medicina deportiva a este nivel, es una medicina basada en plazos; siempre que un jugador se lesionaba, la pregunta de rigor era ¿para cuánto tiene? Eso nos ha hecho trabajar bajo presión para poder recuperar a los futbolistas lo antes posible. Afortunadamente, son grandes deportistas con una condición física increíble y una biología envidiable. Un problema que para cualquier mortal supondría una baja larga y dolorosa, en ellos los plazos se acortan hasta límites inverosímiles y en un abrir y cerrar de ojos están entrenando con el grupo.
Quiero dar las gracias a los responsables de la UD. Almería por haber confiado en mi. A Francisco, gracias por traerme y poder compartir esta experiencia tan maravillosa. A mi compañero Pablo Berenguel por compartir el peso del cargo, a Fran y Pedro, por recuperar a los lesionados en tiempo récord; a los jugadores por darme su confianza y por último, a mi familia. Gracias Ana por ser tan comprensiva y paciente. Gracias Lucía y Paloma, sois las mejores.
De la consulta a un banquillo de Primera División

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