domingo, 16 de octubre de 2016

Érase una vez un concurso de pifias

Torpe el Alcorcón que no tuvo fútbol y requetetorpe Vélez por saltar dos veces con los brazos abiertos Jugar con diez le vino bien al Almería para cerrar líneas y demostrarse a sí mismo que con orden, puede crecer

| ACTUALIZADO 16.10.2016 - 05:02



Fran Vélez se retira con evidente enfado después de ver la roja en el 23'.





Esto eran dos equipos tan torpes, tan torpes, tan torpes, que se presentaron a un concurso de torpes y quedaron los últimos por torpes. Debería de ser un chiste, pero es que todo lo que tenga que ver con el discurrir liguero del Almería, no hace gracia. De hecho, lo que produce es un nudo en la garganta. A cualquiera que vea a este conjunto se le desarrolla de forma prematura un instinto paternal de sobreprotección, como si se delante tuviera al vástago más pequeño e indefensivo de la familia. Sabe que en la escuela se ríen de él y quiere evitarlo, no le gusta que en todas las carreras de educación física quede el último, no entiende por qué nadie se quiere ser su compañero de pupitre. Aunque los padres saben que lo mejor es que él afronte sus miedos, es incapaz de hacerlo por su falta de amor propio y autoestima inexistente. El Alcorcón tiene lo suyo también, por eso precisamente el Almería se trajo un punto que supo a gloria. Pero los males madrileños que los analice la prensa de la capital, que en provincias demasiados problemas tenemos ya.



En un concurso donde la agilidad brilla por su ausencia, un papel destacado lo juega la torpeza. Y la mayor del partido la cometió ayer Fran Vélez. Analizando a posteriori el encuentro, uno queda bien escribiendo que al Almería le vino bien quedarse con diez. Falso. Si el Alcorcón no le metió mano a los rojiblancos cuando éstos estaban en inferioridad, ¿por qué no podían los de Soriano crecerse y dar el paso adelante necesario con las fuerzas igualadas? Lo cierto es que los dos brazos de manera tonta e innecesaria que sacó a pasear el mediocentro en sendos saltos, sirvieron para que el árbitro le sacara la roja y para, de una vez por todas, apiñar al equipo y dotarlo de orden, consistencia y solidaridad. Ése sí es el camino, ésa es la imagen que hay que dejar cada fin de semana y, a partir de ahí, ya llegarán los goles.



Hasta el minuto 23 había dos equipos temerosos sobre el césped de Santo Domingo y a partir de ahí, un Alcorcón al que le pudo la ansiedad y un Almería tuvo que meterse las manos en los bolsillos para evitar otra pifia como la de Fran Vélez y para que no le quitaran el punto que hasta ese momento sumaba. La reconstrucción del conjunto rojiblanco fue sencilla: abandonar la mediapunta para que Quique peleara lo que pudiera y atrincherarse ante su muralla defensiva para evitar que se vieran los agujeros que ésta presenta.



Ya de antemano nadie esperaba un prodigio de la técnica y de la táctica en Santo Domingo. Tal y como se desarrollaban los acontecimientos, el fútbol se volvía más primitivo, más de fuerza que de clase y ahí el Almería no se mueve mal. El problema es cuando intenta jugar a algo que no sabe, cuando se pierde y se asfixia él solo en un centro del campo carente de movilidad o pases que rompen a los rivales. Pero el equipo de Soriano sabe desenvolverse bien en el barro, puesto que de experiencia no anda mal y tiene las suficientes tablas como para contrarrestar el centro lateral blando o el patadón a seguir.



El punto fue trabajado, sufrido porque los amarillos gozaron de buenas ocasiones y deja un sabor más dulce que agrio, aunque sin ser almíbar. El Alcorcón gozó de varias ocasiones importantes, dos muy claras con un tremendo trallazo de Manuel a la misma cruceta y otra de David Rodríguez que en el segundo palo remató cayéndose y también fue repelida por la madera. El Almería también pisó, poco, el área de Dmitrovic, que apenas tuvo trabajo, pero vio cómo un cabezazo de Morcillo, un izquierdazo de Fidel o un remate con mucho miedo de Joaquín podían haberse alojado en sus mallas. Eso te lleva a pensar, siempre a posteriori y con la cabeza fría, que si Fran Vélez hubiera hecho caso a la primera advertencia del colegiado, los rojiblancos habrían ido creciendo en el partido y la ansiedad se hubiera apoderado de un equipo local igual de errático y con la necesidad imperiosa por jugar en casa.





Con cuatro defensas bien juntos y cuatro centrocampistas entre los que está empezando a jugar un papel importante Iago por sus constantes ayudas al lateral, el Almería estaba asentado, aunque era incapaz de crear contras. No es que estuviera demasiado cansado, es que no se fiaba de romper su pegajosa telaraña para que cualquier mosquilla amarilla se colara. Hizo bien en no confiarse y en terminar defendiendo con uñas y dientes este punto. No sirve para acabar con los males ni para abandonar la triste situación de descenso, aunque es un importante espaldarazo anímico como grupo, como equipo y como penúltimo clasificado a la espera de jugar el próximo domingo ante el último.

Érase una vez un concurso de pifias

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